Es extraño, pero se nota. Se nota porque la brisa de repente parece distinta, porque la gente empieza a agolparse bajo los naranjos a la espera de ver caer los primeros pétalos blancos.
Es difícil de explicar, pero se sabe. Se sabe cuando en las calles empieza a flotar una energía diferente, como si la ciudad entera quisiera despertarse, como si un murmullo y ajetreo te indicara que algo está a punto de suceder.
Y entonces los veladores se llenan, y el ambiente que se respira sólo es comparable a la cantidad de gente que espera en la puerta de las iglesias o al revuelo de personas que van y vienen con un capirote de cartón entre los brazos.
Pero tú lo sabes…lo sabes porque has nacido aquí. Porque te has criado en la Puerta Osario, en Triana o en la Puerta la Carne; porque has crecido en La Calzada, en el Arenal, en el Cerro o en la calle Feria.
Lo sabes perfectamente porque has aprendido desde pequeño a medir el paso del tiempo según el tamaño de la bola de cera que guardas en un cajón.
¿Cómo no lo vas a saber? Si llevas toda la vida asomándote al Uno de San Román para ver si el camarero tacha los días del calendario detrás del mostrador, y la consecuente sensación de extraño bienestar que te produce…»otro año más»
No se puede explicar si no lo has vivido, si no lo has sentido, porque también se siente, sí!
Se siente cuando vuelves a tocar el terciopelo morado que espera al fondo del altillo, cuando oyes tras una puerta las primeras notas de «Virgen del Valle» en la guitarra de tu padre, cuando ves que el rayo de sol que colorea cierto azulejo de la cocina y que se cuela por la ventana ya desde finales de Febrero, va aumentando cada día.
Se reconoce a través de un sin fín de olores que están grabados en tu memoria y que te recuerdan por qué es tan especial esta época del año. Una mezcla de incienso, azahar, canela, el bacalao con tomate de tu madre y el arroz con leche de tu abuela; que aunque ya no esté para hacerlo consigues revivirlo una y otra vez en tu imaginación.
Y así, vas saboreando los días que quedan en forma de torrijas con miel en la Campana o con chocolate en Santa María la Blanca.
Y así, todo ese archivo sensitivo, ese torbellino de imágenes, sonidos, olores y sabores; te conecta con personas que ya no están y te transporta a momentos que aunque se repiten todos los años son diferentes cada vez.
¿Demasiado tradicional? No…aquí ya se sabe que no se trata sólo de tradición y de religión, sino de apreciar la belleza de los pequeños detalles y de no perderse el espectáculo de sensaciones del que formamos parte los que vivimos a orillas del Guadalquivir.
Porque en Sevilla, más que en ninguna parte, no se cumplen años, se cumplen primaveras, y esta está a punto de comenzar…